La hiperqueratosis se conoce popularmente como ‘durezas’, y es un episodio físico adaptativo de nuestro organismo, cuando crea células queratinizadas de más para engrosar la piel y reforzar su resistencia.

Aunque sea molesta, la hiperqueratosis es indolora y tiene un propósito de protección. Para identificarla debemos reconocer:

  • Una zona superficial de la piel endurecida, sin bordes definidos y que no duele.
  • Su color es amarillento (por el cúmulo de queratina).
  • Tiene una textura áspera y especialmente seca.

La hiperqueratosis (‘durezas’), puede aparecer en forma de helomas (conocidos comúnmente como ‘callos’) o en forma de verrugas benignas.

Cuando se producen roces repetidos en una zona concreta de nuestro cuerpo, o una presión permanente, ocurre un desplazamiento de la piel que aumenta sus células muertas y descamadas. Esta dolencia se conoce popularmente como ‘callo’, y su nombre científico es heloma.

Un heloma o ‘callo’ lo reconocemos porque:

  • Tienen una forma redonda y con bordes definidos.
  • Crecen hacia las capas profundas de la piel.
  • Son de color oscuro y cubiertos por células de color amarillento (durezas).
  • Suelen ser dolorosos y molestos.

E incluye diversos tipos:

  • Heloma duro: entre las falanges o en las yemas de los dedos.
  • Callo blando: en los espacios anatómicos entre los dedos.
  • Heloma plantar: en la planta del pie.
  • Clavo seco: son múltiples lesiones hiperqueratósicas, de 1 a 3 milímetros, que aperen en zonas sin carga o presión.
  • Heloma neurofibroso: tiene aspecto verrugoide y aparece en zonas de mayor presión, por fricción de los huesos de los dedos.
  • Helomas subungueales y periungueal: en las zonas de piel que protegen los bordes de las uñas o en la zona epidérmica que une el dedo con la uña.
  • Heloma vascular hemorrágico: hemorragias que se extienden a través de las capas más externas de la epidermis.

 

Tratamiento de durezas y callos

 

Cada patología necesita su propio tratamiento, curarlas con el mismo método puede empeorar la situación.

Lo idóneo es acudir al podólogo y que sea él/ella quien determine el tipo de lesión que padecemos y el tratamiento más adecuado.

No recortemos nosotros durezas ni callos, pues podemos pasarnos o cortar de forma inadecuada, agravando el problema.

La hiperqueratosis y los helomas (‘durezas’ y ‘callos’), si no se complican, comparten tratamiento (no quirúrgico) y prevención.

Un buen hábito de higiene podal es imprescindible en el tratamiento de durezas y callos. Lavar y secar bien nuestros pies fortalecerá la piel y evitará lesiones.

Una correcta hidratación prevendrá y frenará la aparición de durezas y callos. Es imprescindible que utilicemos productos hidratantes, que aumenten la humedad de la zona lesionada y deshagan los bultos de queratina.

En la farmacia encontraremos queratolíticos tópicos (o callicidas), que llevan a cabo la desnaturalización de la queratina y destrucción del tejido. El más útil es el ácido salicílico, y algunas formulaciones llevan también colodión para recubrir la dureza y que mantenga contacto permanente con la lesión. Es importante que, antes de hacer uso de estos tópicos, confirmes su conveniencia con un profesional sanitario.

También existen fórmulas magistrales o preparados tópicos queratolíticos a medida, que suelen elaborarse con vaselina, ácido acético y acido salicílico. Consulta en la farmacia la disponibilidad de estos preparados.

En la farmacia, también podremos encontrar piedra pómez, con la que exfoliaremos la parte superficial de la piel de durezas y callos.

Los podólogos utilizan un tratamiento indoloro denominado Quiropodia, consistente en deslaminar las durezas para eliminar la acumulación de células muertas.

Un estudio biomecánico de la marcha nos dará a conocer nuestros puntos de mayor presión al caminar. Y, con el resultado, podremos comprar plantillas personalizadas que nos quiten peso en esas zonas concretas.

 

Aliviar la hiperqueratosis y los callos en los pies

 

Para prevenir o aliviar los síntomas de la hiperqueratosis y los callos en los pies:

  • Usemos un calzado cómodo, elástico, ajustado a la talla y forma de nuestro pie, traspirable, cuya suela y plantilla sea relativamente blanda, que nos aísle del suelo que pisamos y, si usamos tacón, que su altura y anchura se ajuste al peso de nuestro cuerpo.
  • Calcetines que protejan nuestros pies de las rozaduras (preferiblemente de algodón).
  • Cuidemos nuestra postura al caminar, tocar un instrumento, etc…
  • Reduzcamos o eliminemos la presión sobre la zona afectada.
  • Si padecemos deformaciones estructurales, es conveniente usar almohadillas, anillos, parches o vendajes protectores de gomaespuma y, en ocasiones, arcos, placas o barras metatarsianas.
  • Con problemas biomecánicos, es más adecuado el uso de ortesis funcionales.
  • Si somos reumáticos o diabéticos, habrá que usar materiales adaptados a cada persona individualmente.